miércoles, 4 de enero de 2012

El Hospicio


Adiós al hospicio
Angélica González

A unque la protección de los menores seguía en manos de la Diputación Provincial y se regía por unas leyes ancladas en la década de los cuarenta, el traslado de los menores que vivían en el Hogar Infantil de San Agustín, popularmente conocido como el hospicio, a la residencia de Fuentes Blancas fue un paso cualitativo en la forma de abordar el cuidado de los niños más vulnerables de aquella sociedad. Hoy se cumplen exactamente 40 años desde que los internos cogieron sus escasas pertenencias, se montaron en un autobús municipal y se plantaron en las modernas instalaciones que habían sido inauguradas un mes y medio antes, el 21 de noviembre del 71, por el príncipe Juan Carlos de Borbón, que aprovechó su visita a Burgos para poner de largo también el mural de Vela Zanetti y la Casa de Cultura. 
Hasta entonces habían vivido prácticamente sin salir del complejo de San Agustín donde se cubría todas sus necesidades. Allí estaba la casa cuna, los dormitorios, la escuela, la iglesia donde ir a rezar los rosarios, las novenas, los viacrucis...

Como una ciudad
«Era como una ciudad dentro de otra ciudad, hacíamos toda la vida allí, solo nos sacaban a ver la cabalgata de los Reyes Magos o a ver iglesias en Semana Santa o en verano a dar un paseo cogidos de la mano de dos en dos por la Quinta, no creas que nos llevaban al Espolón», recuerda uno de los residentes, que también rememora el frío que los chavales pasaban en aquellos dormitorios sin calefacción y en los pasillos con techos altísimos que había en la institución, gestionada por las Hijas de la Caridad, algunas de ellas de magnífico recuerdo como es el caso de Sor Clara que, ya octogenaria, acaba de recibir un homenaje de aquellos niños a los que cuidó.
El cambio resultó «extraordinario» en palabras de este hombre. Aquella del 4 de enero de 1972 fue una de las heladoras jornadas con las que el invierno burgalés machacaba a sus ciudadanos pero detrás de los grandes ventanales de la residencia de Fuentes Blancas solo se notaba el calor que salía de los grandes radiadores instalados. Los chavales recién llegados casi no lo podían  creer.
Dos días después, llegaron los Reyes Magos puntuales como siempre y acompañados por las fuerzas vivas. Nunca a los niños del hospicio (muchos de ellos abandonados pero otros, hijos de familias que no podían cuidarles) les faltaron regalos ni la primera comunión vestidos de marineros, ni el cine de los domingos ni las chucherías, que se vendían en una habitación del propio hospicio, un pequeño ‘negocio’ regentado por una de las religiosas, ni los veranos en Pineda de la Sierra, donde la Diputación contaba con un albergue...
«Yo no tengo mal recuerdo de mi vida en el hospicio porque no conocí otra cosa pero el cambio que vivimos en Fuentes Blancas fue muy importante», concluye.

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